martes, 8 de marzo de 2022

Prólogo

Pude ser cualquier cosa y tenía todas las excusas para convertirme en un mal ser humano. Sin embargo, yo decidí convertirme en uno bueno y mejorar día tras día bajo el alero de la gratitud por todo lo que la vida me ha dado, sin caer en vanaglorias, sin ahogarme en arrepentimientos, haciendo caso omiso de las críticas destructivas, y especialmente sin sentir vergüenza de mí mismo en ningún aspecto, porque absolutamente todo en mi vida se ha dado para mejor.

Yo soy el hijo mayor de un padre que quería tener un único descendiente, pero tuvo seis con mi madre y jamás tuvo alguna expresión directa de afecto con ninguno. Él carecía de aspiraciones en lo intelectual y era también el hijo mayor de una familia numerosa de origen campesino de la que tomó distancia en función de su vida laboral como policía raso. Él con su apatía, indiferencia y ausencia en todo sentido, propició un abismo emocional con mi familia paterna en la que de todas formas no encontré buenos ejemplos para emular. De hecho, él tampoco era un buen ejemplo y pasó de ciudadano de bien a delincuente y lo asesinaron en una cárcel cuando yo tenía 10 años de edad. De ese episodio, mi primer acercamiento con la muerte, no experimenté sensación de pérdida ni consciencia de dolor y en cierto modo me parece triste admitirlo porque soy consciente de que él, como todo ser humano, tenía su lado bueno y estoy seguro de que genéticamente heredé lo mejor de él: su orden, su disciplina y la actitud no machista que mi madre le valoró y admiró siempre. Y por añadidura, heredé también su nombre.

La primera aspiración de mi madre, desde muy pequeña, era tener una hija y el destino le tenía reservados cinco hijos antes de realizar ese sueño, junto con la titánica tarea de criarlos sola porque mi padre se marchó de su lado unos meses antes de morir. Se convirtió entonces en madre/padre proveedora, responsabilidad que en términos económicos fue capaz de cumplir porque estaba preparada intelectual y académicamente para no depender de un hombre en el aspecto económico, algo no tan común en ese tiempo, pero el precio de eso fue el casi nulo acercamiento emocional con su descendencia y la violencia verbal y física para ejercer control en los pocos momentos de coincidencia porque crecimos bajo custodia de empleadas domésticas no tan buenas personas mientras ella se desempeñaba como profesora e iniciaba una trayectoria universitaria que la llevaría a lo alto del escalafón docente nacional y le daría todas las bases para concebir y crear una obra educativa sustentada en su valiosa experiencia personal, laboral, académica y administrativa.

El resultado por mi lado fue el abandono total por parte de padre y la ausencia física y emocional por parte de una madre abocada de lleno a la sobrevivencia económica como la cabeza de familia en la que inexorablemente se convirtió. A pesar de crecer tan ignorado, mis instintos me llevaron por buen camino sin guardar resentimientos, sin juzgar sus estilos de vida, nada más que tomando distancia de sus emociones. Ellos y sus propios padres también fueron unos niños heridos que crecieron en familias nulas en la demostración de afecto y bajo grandes dificultades y carencias económicas en tiempos de mucha violencia en el campo. Si no fuera porque mi madre resultó ser una mujer muy adelantada para su época, que insistió en estudiar y se rebeló contra las imposiciones de sus figuras de autoridad, yo hubiera vivido la vida de un campesino con muy pocas opciones de ingresar a una universidad y con posibilidades mínimas de estar sentado al frente de mi computador escribiendo estas reflexiones. Yo heredé felizmente lo mejor de ambos y gracias a los sacrificios y previsiones de mi madre he podido soñar y trascender más allá de lo que parecía posible de conformidad con mis orígenes porque mi ascendencia familiar vivió y se perpetuó al margen de recursos, oportunidades y circunstancias que le impidieron vivir el estilo de vida que yo sí he podido disfrutar cruzando fronteras, ampliando horizontes y transitando más allá de lo que hubiese podido esperar al nacer.

¿Moraleja?

Simplemente mi favorita: la que se deriva de aquella casi fábula o relato de los dos gemelos criados por un padre alcohólico. Uno de los gemelos se volvió alcohólico y el otro no. Cuando a cada uno le preguntaron la razón para su elección, ambos respondieron exactamente lo mismo: “El mal ejemplo que recibí de mi padre”.

Todos tenemos excusas para exteriorizar lo peor de nosotros y culpar a terceros por todas sus falencias y omisiones, pero también tenemos motivaciones internas para dar todo lo mejor sin importar bajo qué adversas circunstancias estuvimos o estamos sometidos.

Mi madre, al igual que varias personas de su generación, logró mucho con muy poco y entonces yo, a mi modo y a mi ritmo, he decidido honrar eso.

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